Ahora echo de menos cuando la cama, blanca e impoluta, era solo nuestra, cuando las sábanas nos guardaban los secretos mientras se enredaban entre mis piernas y tu cogías la guitarra para cantarme y cada roce de tus dedos con las cuerdas eran caricias omitidas, tan perfectas y tan mágicas como tu barba en mi almohada.
Ven y cántame una vez más, sólo una última vez.