23 de agosto de 2011

Dejémonos de palabrería barata y metáforas barrocas. Existen muchos tipos de tíos, muchos sí, pero jamás diré que demasiados. Hagámos una criba empezando por, a mi parecer, los peores. Aquellos a los que les acaba de dejar la zorra de turno que llevaba engañándoles toda una vida, engaños que él perdonaba una y otra vez hasta que ella recibió el empujoncito (de otro) que necesitaba para dejar a esa mezcla de madre empalagosa y hermano pequeño pedante al que hacía la vida imposible. El siguiente en la lista es ese tío que te convierte en su musa oficial, aquella sin la que no puede ni comprarse unas putas zapatillas decentes. Ese que te llama cuando se levanta, cuando le pega el primer mordisco al bocadillo y cuando se lo acaba. Oh genial cariño! Estaba ansiosa por saber como te había sentado tu mierda de almuerzo. Prosigamos. El más crispante de toda esta panda de capullos es el que decide omitir voluntariamente todos sus gustos y amoldarse a los tuyos. ¡Mentira! no has visto mi película favorita, no has leído mi último libro, no sabes quién es mi escritor preferido y no, no voy a quedarme a explicartelo. Entramos ahora en el fabuloso mundo de los agnósticos, aquellos a los que le da igual que estés con ellos, que no, que te tires a su amigos, que te líes con su hermana o que le hagas una felación a su padre en la cena de nochebuena. Aquellos a los que les pinchas y no sangran, esas oscuras réplicas de tu abuelo en silla de ruedas. No sois interesantes, tenéis un serio problema de actitud. Medicaos. Tras estos llegan mis preferidos, los nómadas, o los que tus amigas comúnmente denominan hijos de puta, cabrones, mamonazos... vamos, los de siempre. El tipico ególatra de mirada esquiva al que su madre todavía le lame el flequillo cuándo sale de casa mientras le repite lo guapísimo que es. Ese que vino, te folló y se fué.
Y para terminar, en la cumbre de la indecencia y la mentira, estas tú, corazón.