Esa fue la última vez que mentí.
5 de agosto de 2011
Bajé albrotada, ahora siempre llego tarde. Mientras el ascensor iba haciendo la cuenta atrás yo me iba colocando las sandalias y metía en la mochila todo lo que estaba desperdigado por el suelo. Cuando el cero llegó se abrieron las puertas y salí, en el buzón no había gran cosa, algo de propaganda y un par de cartas del banco. Abrí la puerta de la calle y cuando levanté la mirada allí estaba él. Me costó reconocerlo, hacía años que no le veía, me chistó y me dijo "te estaba esperando", yo seguía llegando tarde a la cita con otro que no era él. Me recolocó el pelo detrás de la oreja justo antes de darme dos besos y me contó que hacía demasiado que no sabía de mi, que me había leído en el periódico y que besaba igual que escribía. Me lo tomé como un cumplido. Noté en sus ojos que había estado buscando este momento, como si hubiera averiguado que esta era la ocasión perfecta para aparecer de nuevo y atacar. Empezó a decirme lo mucho que me había echado de menos y mientras seguía mintiendo yo intentaba recordar sus apellidos y la razón por la que le dejé. Me recordó lo mucho que le gustaba el lunar de mi espalda y las noches de secuestro por la ciudad. Yo no recordaba aquello con demasiada ilusión y mentí, estábamos a la par. Me preguntó si iba a algún sitio y mientras dejaba tirado al que me hablaba al otro lado del teléfono, le dije que no, que había bajado a comprar tabaco y mentí una vez más, ya iban tres. Mientras me sentaba en su coche las puertas retumbaron ante el "eres preciosa" más de manual que había oído en mi vida, me reí ante su grandísima falta de picardía y escuela, pero aún así me quedó una risilla de lo más dulce a su parecer. Fuimos a dar una vuelta por los garitos donde solíamos ir cuando salíamos con más gente y entre tercio y tercio me confesó que había estado con demasiadas golfas tías y que con ninguna se sintió tan bien como conmigo. Cuando iba a salir disparada otra risa de lástima me di cuenta que esto no era mentira, que sí, que quería follarme contra la pared lo más guarro posible, eso estaba claro, pero ví que me quiso, que le dolí y que le he dolido. Ahora estaba al descubierto, frágil, débil y moldeable. Su máscara de cantante trasnochado adicto a las tías y al vicio caro se había caído contra el suelo haciendo un ruido tremendo. No mentimos más durante toda la noche. Cuando me llevó a casa me pidió que le llamara, yo asentí con la cabeza mientras le sonreía.
Esa fue la última vez que mentí.
Esa fue la última vez que mentí.