Desatar el incendio. Aplaudir el desastre. Trasladar, sobre caucho, apetitos de pústula. Prostituir los crepúsculos. Adorar los bulones y los secos cerebros de nuez reblandecida como si no existiera más que el sudor y el asco, como si sólo ansiáramos nutrir con nuestra sangre las raíces del odio, como si ya no fuese bastante deprimente saber que sólo somos un pálido excremento del amor, de la muerte.
Girondo